Y es que la desaparición de especies (desde las más diminutas bacterias hasta enormes mamíferos), eleva la aparición de enfermedades infecciosas y esto nos repercute de manera directa.
Además, el aumento de la temperatura media global, lejos de regular el clima y mantenerlo en un estándar seguro para los humanos, fomenta la aparición de desastres naturales.
En estos momentos, dicha temperatura se ha elevado 1,1ºC y los planes de recorte que tienen sobre la mesa todos los firmantes del Acuerdo de París nos llevaría a un aumento de unos 2,5ºC, en el mejor de los casos. Tras diversas sesiones de intensas discusiones, dicho reto se mantuvo intacto. Pero hace falta que se endurezcan las rutas.
Asimismo, la disminución en la diversidad de los cultivos pone en peligro nuestra seguridad alimentaria y dificulta la creación de medicamentos.
Por lo que sí, la pérdida de la biodiversidad está íntegramente relacionada con la vida humana.
El disfrute de los bienes de la naturaleza se da en un escenario de escasez y conflictos. La evidencia muestra que los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que se acordaron en el seno de las Naciones Unidas en 2015 para torcer esta tendencia a 2030, serán más difíciles de alcanzar. En un futuro de menos biodiversidad nos quedan más lejos el fin de la pobreza (ODS 1), el hambre cero (ODS 2), la salud y el bienestar (ODS 3), el agua limpia y el saneamiento (ODS 6), las ciudades y comunidades sostenibles (ODS 11) y la paz, la justicia y las instituciones sólidas (ODS 16). Es decir, prácticamente la totalidad de la agenda ODS es dependiente, e interdependiente, del futuro de la biodiversidad.